En el Cementerio General de Guatemala
José Antonio y su familia
José Antonio tenía 11 años, era un niño que vivía con sus padres y abuelos en la célebre zona 3 capitalina, a 3 cuadras del cementerio general, ese día cambiaría su vida al presenciar al bebe demonio.
Una tarde a finales de octubre de la década de los 60’s su tío Juan llegó como de costumbre de visita, desayunó con Josesito y con el resto de su familia, a media mañana Juan le dijo a su sobrino: “Que te parece Josesito si me acompañas a limpiar los nichos de la familia al cementerio y yo a cambio te regalo 25 len”, a lo que Josesito respondió: “Claro tío”.

En aquel entonces y aún en la actualidad se acostumbraba limpiar y pintar los nichos, tumbas y mausoleos familiares unos días antes del día de muertos.
Ya con el permiso de su mamá, cargaron con las herramientas necesarias para la limpieza y renovación de pintura de la estructura, que había sufrido los daños comunes por las lluvias de meses anteriores.
Llegando al cementerio, estando ya en el nicho de la familia de José Antonio, Juan le dejó como primera tarea del día a Josesito quitar con una espátula pequeña el moho y la mugre que cubrían las letras de las lápidas de mármol de sus antepasados.
Tarea que a José le gustaba mucho, ya que después de limpiar las lápidas tenía que rellenar las letras con pintura dorada, más que trabajo era una actividad entretenida para él.

Pasando las 11 de la mañana, debido a que habían desayunado bien temprano y no habían refaccionado comenzaron a sentir un poco de hambre, Juan entonces le dijo a su sobrino: “Mijo, voy a comprar algo de comer en el restaurante que está afuera a un costado del cementerio, ya regreso, vos seguí limpiando las letras mientras vuelvo”.
Josesito continuó con la tarea asignada, cabe agregar que en aquel tiempo existía un bar- restaurante-café-cantina llamado “El Último Adiós”, lugar muy concurrido ya que era costumbre que los dolientes pasaran a comer o beber algo después de enterrar a sus muertos.
El llanto del bebe demonio
Cuando el niño estaba terminando de limpiar las lápidas que estaban más abajo, empezó a escuchar algo entre las tumbas y los nichos, en un principio no lograba saber que era, al pararse para ver, se dio cuenta que no había nadie en el cementerio, ni siquiera se veían los trabajadores del mismo, que momentos antes cuando estaba su tío, pasaban a cada rato llevando agua en sus cubetas para hacer trabajos particulares que les encomendaban más en esos días.
Continuó con su trabajo, cuando empezó a escuchar en la soledad del cementerio el llanto de un bebé a una distancia de 15 metros aproximadamente, dijo para sí mismo que ese era el sonido que escuchó antes pero que no lo había podido reconocer.

Lo extraño es que no se oía que consolaran al mismo, el bebé lloraba y lloraba pero no se escuchaba una voz de mujer que lo apaciguara, el llanto era interminable, cosa que terminó de preocupar a Josesito, ya que siendo un muchacho de buen corazón pensó que tal vez habían abandonado a un bebé en el cementerio.
Dejó las herramientas de lado y comenzó a avanzar hacia la tumba donde se escuchaba que atrás de la misma estaba llorando el bebé, lo extraño es que al rodear la tumba, el llanto cesó por un momento, luego así como terminó empezó pero dos tumbas más lejos, Josesito pensó que tal vez se había confundido de lugar, fue de nuevo detrás del llanto que se había tornado un tanto lastimero, es decir, era un llanto de desesperación lo cual preocupaba mucho al buen muchacho.
Así estuvo el pobre Josesito buscando por esa parte del cementerio, lo malo es que se había alejado bastante del nicho donde estaba trabajando con su tío, decidió regresar, pero creyó escuchar que el niño estaba en la orilla del barranco y fue a ver.
De pronto escuchó que el niño no lloraba si no que reía, y de nuevo a llorar con desesperación, llanto que luego se convirtió en un lamento horrible, siempre de niño de brazos, pero era tan feo, que Josesito supo que no era nada bueno, apenas a unos pasos del matorral donde estaba gimiendo la criatura, se detuvo y corrió de regreso entre las tumbas con dirección al nicho de su familia.
Recogiendo las herramientas estaba cuando regresó Juan con la comida, se había tardado un poco más de la cuenta ya que se había encontrado a algunos amigos en “El Ultimo Adiós”.
Josesito dejó todo tirado y se fue a su casa sin mediar palabra con su tío Juan, al cual dejó con la palabra en la boca, en el camino de regreso se encontró con unos amiguitos de las vecindades de su casa y se pusieron a jugar cincos mejor conocidos en algunos países como canicas, pero Josesito no estaba del todo bien.
Juan se quedó en el cementerio con la duda de qué le había pasado al muchacho para tener una reacción así.
Dispuso terminar al siguiente día, pensando que sería mejor idea regresar con sus amigos a “El Ultimo Adiós”, cuando iba saliendo del cementerio, Anita una muchacha de la zona 1 que vivía cerca de la iglesia La Merced entraba en el mismo para revisar la tumba de sus abuelitos, para ver que renovaciones necesitaba para ese año.
Anita era una muchacha de 17 años en aquel entonces, los restos de los abuelitos de esta señorita, estaban en un mausoleo de cuatro tumbas, al llegar Anita empezó a inspeccionar la estructura del mismo y apuntaba lo que creía que necesitaría su papá llevar para hacer las reparaciones necesarias.
Anita entonces escuchó muy claramente el mismo llanto que escucho Josesito, sólo que a Anita se le hizo nudo el corazón y en ese mismo instante empezó a buscar como loca de donde provenía ese llanto de bebé tan lastimero, creía escucharlo cerca del piso, pensaba que tal vez alguna ingrata había abandonado a su suerte a algún infante.
Luego, el llanto cesó empezando de nuevo pero más lejos, Anita lo siguió hasta llegar a las galerías 15 y 16, cerca de donde estaba el barranco.
Hubo alegría en los ojos de la niña al escuchar que el llanto de la criatura venía de una zanja, por fin lo había encontrado, al acercarse vio un lindo bebe completamente desnudo, tirado en donde ni siquiera una sábana en el piso había, sobre tierra y monte estaba, Anita lo tomó en brazos y lo cubrió con una chalina que siempre llevaba y le dijo: “Lindo bebé, ve que pecado, te llevaré a la casa con mi mamá”.

El bebé que tenía ojitos de tristeza, encontró consuelo en el regazo de la linda muchacha que felizmente después de una ardua búsqueda lo llevaba fuera del cementerio.
Pero al salir de las galerías, Anita se dio cuenta que era ya muy tarde, sólo Dios sabía cuanto tiempo había buscado la niña desde el medio día.
El naranja precioso de nuestro cielo por las tardes se confundía en el horizonte con el gris de las nubes y lo negro de la noche que se aproximaba, Anita ya no escuchaba llanto, pero sentía muy pesado el bulto que llevaba entre los brazos, a de ser por el cansancio de la faena pensó para sí misma.
Caminaba pero no avanzaba, respiraba pero el aire le faltaba, de repente sintió muy frio al niño y se preocupó porque por el viento lo había tapado mucho, fue duro el espanto de la niña al destapar el cuerpecito y encontrarse con el blanco de la muerte en toda la piel del mismo.
Aún cuando la pálida muerte era obvia en el ser que llevaba, este respiraba, Anita lo volvió a tapar y comenzó a correr pero no avanzaba, aún cuando había salido a la calle principal del cementerio, ésta era interminable.
Se hizo rápidamente la noche, la niña cansada se hincó y destapó al niño y vio los tonos azules, morados y verdes en la espalda de la criatura, señal de que la sangre había dejado de correr por sus venas,
Anita lloró, bajó la mirada nuevamente al suelo, vió al niño pero con la piel un poco seca y pegada a los huesos, la cordura de la muchacha empezó a flaquear con esto, “no puede ser decía”, “tan rápido te descompones criatura”.
Anita miraba hacia todos lados, pero nada, ni un trabajador, ningún doliente, no había nadie.
Al ver de nuevo hacia abajo al infante, éste estaba casi momificado, entonces Anita comprendió que no era algo natural, y en su pecho supo que había caído en la trampa de algo malo.

Empezó a llorar nuevamente, tenía miedo, tirada en el piso a la par de ese cuerpecito inerte.
De pronto Anita sintió unos dedos como lija en su frente, al mismo tiempo que escuchaba una risa tan ronca como profunda.
Al ver hacia delante, ¡ay Dios! vio el cuerpo del bebé parado, casi disecado pero sonriente, ojos hundidos secos como tierra, sin algunos dientes.
Imagínese querido lector, en el cielo sólo nubes y entre las lápidas sólo muerte, en la ciudad de los no vivos Anita deseaba estar en su casa con sus papás o que de una se revelara su suerte.
“¿Que quieres?” dijo Anita, “Yo sólo pensé que necesitabas ayuda”.
“Así es” le contestaron, “Serás mi comida”, “Soy demonio y me quedo con tu vida, mira mis cuernos, mira mis ojos, mira mis uñitas”.
El infame bebé demonio se reía de la pobre Anita, y ella, ella sólo esperaba su fin, veía como el demonio cambiaba físicamente haciendo desproporcionadamente más grande su cabeza y su boca con respecto al resto de su cuerpo.
Anita en su desesperación cuando ya se veía perdida, para que Dios se quedara con su espíritu y alma, pensó y dijo esta oración que le enseñó un sacerdote franciscano: “Cristo vence, Cristo reina, Cristo, Cristo impera”.
Lo cual hizo tambalear de forma terrible al demonio, ella, al darse cuenta siguió con esta oración, y cada vez que este intentaba algo contra ella, recordaba oraciones e himnos que había aprendido desde pequeña y los repetía lo cual le daba paz, sabia que todo iba a estar bien, así siguió hasta que con el alba este mal entre quejas y lamentos desapareció, se fue llorando para llamar la atención de la niña, pero Anita, solo seguía cantando y orando, y así se quedó dormida con los primeros rayos de sol, en la calle principal del cementerio general.
Pronto algunos dolientes la encontraron, uno de ellos la reconoció y corrió a informarles a los padres de la señorita, los cuales hasta a la policía habían alertado de la desaparición de la niña, después de haberla ido a buscar por la tarde al cementerio y no haberla encontrado.
En los próximos días estos hechos fueron muy conocidos en los barrios de la ciudad capital de mi bella Guatemala, tanto que hasta ahora muchos recordarán que alguna vez el abuelo o el tío les contó algo similar, este bebé o niño demonio como también se le conoce, al parecer aún de vez en cuando molesta y no sólo en el cementerio general.
Una semana después Josesito aún no estaba del todo bien, su abuela le preguntó durante la cena porque había dejado el trabajo a medias, el niño fue muy sincero con su abuela, la cual lo abrazó y le dio gracias a Dios por librar a su nieto del bebé demonio del cementerio general, abrazo que terminó de apaciguar la incertidumbre del niño.
José Antonio es un amable caballero de más de 60 años, tiene una profesión muy particular y muy noble, es bombero y tengo el honor de conocerlo, Anita falleció hace mas de 10 años, su hija Maria hizo el favor de contarme estos hechos, los cuales he de confesar que mezcle en una solo historia, ya que ambos sucedieron el mismo año, pero no exactamente el mismo día, el año fue 1,963.
Si alguna vez escuchan el llanto de un bebé en el monte, en el barranco o en el cementerio, o bien, escuchan otras cosas que les parezcan raras, recuerden: “Cristo vence, Cristo reina, Cristo, Cristo impera” Amén.
Investigación, historia y narración: Fernando Andrade Mazariegos (todos los derechos reservados, Guatemala octubre 2,014)
Fotos del cementerio por: Fernando Andrade Mazariegos (todos los derechos reservados, Guatemala octubre 2,014