Advertencias de los cheles de perro
***Hago la siguiente advertencia*** para aquellos que me cuentan que hacen determinada cosa después de leer una de mis historias:
1.- No vayan a estar molestando a los perritos en la calle o en sus hogares.
2.- No estén poniéndose los cheles de los perros en los ojos porque lo más seguro es que se enfermen y dañen para toda la vida su visión.
3.- Esto no funciona con cualquier tipo persona ni con cualquier clase de perro
La historia de Manuel y los cheles de perro
Manuelito apenas contaba con 8 años de edad cuando según su papá el niño ya podía ganarse la vida trabajando ya que era un patojo muy listo y sano, así que lo sacó de la escuela terminando segundo primaria y lo llevó a trabajar a un departamento de la costa.
Manuelito se despidió una madrugada con mucha tristeza de su familia, partió con su papá del hermoso departamento de Sololá, mientras sus cristalinas lágrimas caían al suelo como granos de maíz de un sembrador, la tierra que lo vio nacer las recibía en silencio como ofrenda en medio del dolor que había en el corazón del niño.
La vida del muchacho no fue nada sencilla, trabajaba cargando bultos, también hacía otros oficios que a muchos de ustedes mis queridos lectores les parecerían muy duros para un pequeño niño.
Mientras su señor padre usaba las mejores ropas y zapatos que podía ofrecer en aquel tiempo los mejores almacenes de la zona 1 de la ciudad capital, Manuel andaba en caites y muchas veces descalzo, en harapos, el niño a diario pensaba en su mamá y en sus hermanitos, que se habían quedado en aquella casa sencilla pero amada cerca del lago más hermoso del mundo.
Un domingo por la tarde Manuel vio a su papá tomando unos tragos en una cantina de la costa, lo escuchó jactarse mostrando un juego de llaves a sus acompañantes mientras decía: “Esta es la llave de mi casa en Escuintla, ésta es de mi casa en la capital, ésta es de mi casita en Xela, ésta es de mi casa de Sólola, etc”, también les comentaba que en cada casa tenía una mujer esperándolo.
Manuel molesto se fue caminando tristemente al parque del pueblo donde estaban, se sentó en una piedra, veía como los niños caminaban contentos junto a sus padres, mientras éstos les daban cariño, incluso los ojos de Manuelito brillaban al ver como algunos papás compraban un globo y se lo regalaban a sus hijos, Manuel preguntaba al cielo: “¿Por qué yo no puedo tener una vida así?, ¿Por qué mi padre teniendo tanto no manda a mi mamá más dinero para que coman bien mis hermanitos?”.
Así fue como Manuel, con apenas 8 años de edad empezó a rechazar la vida y desear la muerte, mientras trabajaba deseaba que un carro lo atropellara al pasar la calle, o que alguien por accidente le metiera un tiro, pero tenía incertidumbre de que pasaría después de la muerte, entonces recordó lo que decía su abuela: “Si te pones un chele de chucho en los ojos, vas a ver a fantasmas y espíritus malos”.
Entonces Manuel pensó que sería buena idea hacerlo para saber que había después de la muerte, así que tomó al primer perrito callejero que encontró por la calle, le limpió los cheles con sus deditos y se los restregaba en sus propios ojos, luego miraba para todos lados pero no miraba nada sobrenatural, nada extraño, lo hizo igual por unos días con otros perros que encontraba en la calle, pero nada, aún cuando se dejaba los cheles puestos no pasaba nada, así que pensó que eran cuentos que la abuela se había inventado, lo que si le causó fue que tuviera una infección de ojos que costó que se le curara.

Luego de algunos meses, Manuel junto con su papá volvieron a Sololá, el niño no cabía de la alegría de ver nuevamente a su mamá y a sus hermanos, aunque vivían muy humildemente no faltaba el amor en esa casa. En aquellos tiempos ya había electricidad en el pueblo, así que empezaron algunas familias a comprar televisores, pero como en la casa de Manuelito no había tele, iba con sus hermanitos a la casa de algunos vecinos que amablemente les permitían ver algún programa con ellos, lo interesante es que para no molestar, iban un día por semana a una casa diferente.
Un viernes ya cerca de las 11 de noche, Manuel junto con su hermana se despedían de una familia que les dió oportunidad de ver una película, pero ésta había terminado más tarde que de costumbre.
Entre calles oscuras de piedra y tierra, caminaban los dos niños, poco iluminados por las escasas bombillas de luz en la calle mientras una suave llovizna los cubría, ya cerca de un costado de su casa, a unos 10 metros, Manuelito notó una figura de lejos que estaba atrás de su vivienda, al niño le pareció extraño ésto, le preguntó a su hermanita si miraba algo, pero ella dijo que no y corrió como si nada entrando por la puerta de su casita.
Manuel no había avanzado ni un metro cuando por primera vez en su vida, se sintió anestesiado y pesado cuando pudo observar bien lo que estaba ahí: mujer alta, con el pelo en el rostro, vestido gris, piel de tonos pálidos y lilas, esta parecía flotar ya que no tocaba el piso, lo peor sucedió cuando el espectro notó que el niño la podía ver, ya que tomó interés y avanzó hacia él.
El pobre muchacho trató de correr en dirección contraria a ella, avanzó a duras penas arrastrando los pasos hasta llegar a la primera casa vecina que había, donde le abrieron la puerta al nomás tocar, al preguntarle que se le ofrecía este no podía hablar, los vecinos lo llevaron a su casa pero la mujer que había visto ya no estaba.
Al contar lo que le pasó a su madre, ésta preocupada le dijo que era por andar viendo televisión, nadie le creía, así empezó la nueva faceta en la vida de Manuelito, luego de esa noche, era raro que no viera una sombra pasando enfrente de sus ojos, a veces por un costado, a veces eran siluetas, incluso más de una vez saludaba por educación a alguna persona en el camino, pero cuando volteaba a ver de nuevo porque no le regresaban el saludo, no había nadie cerca.

Manuel creció, siempre en un entorno humilde, pero como trabajaba duro, aprendió muchos buenos oficios y poco a poco salía adelante, aunque aún despreciaba la vida, se preocupaba por ayudar a su madre y hermanos, lamentablemente por su situación humilde, muchas veces fue humillado, porque lo veían descalzo o con caites le llamaban indio en la calle, en alguna ocasión en que se enamoró de joven y fue correspondido, la familia de la muchacha lo trató de indio pobre y otras estupideces, mucha gente por su origen lo discriminaba, sin saber que tenían a un buen hombre frente a ellos.
Una tarde cuando estaba sólo en su casa, se quedó dormido en su cuarto, soñó a una niña en su vestidito blanco, niña como de 5 años, con su pelo lizo y de tez pálida, de pronto se despertó porque tocaban la puerta de su casa, al abrir la puerta pensando que era su familia la que había regresado, la misma niña que había soñado estaba ahí parada, entre la penumbra y la neblina, la niña sólo lo veía con una sonrisa grande acompañada de una mirada sin vida, no se miraban los pies de la misma, así como se le apareció, desapareció junto al sonido de una carcajada que se iba convirtiendo en lamento.
Cuando Manuel ya contaba con 22 años, tuvo un accidente de trabajo y se quebró una pierna, lo cual hizo que se deprimiera mucho, ya que por la gravedad del golpe no podría salir de la cama en buen tiempo. A la semana de estar convaleciente, un sábado por la noche en que dormía, sintió una presencia que lo despertó, él sabía que si abría los ojos de seguro iba a ver algo, así que se hizo el dormido, pero escuchó los pesados pasos de alguien que se sentó en su cama.
Manuel perdió la calma, iba a tratar de pararse y si era necesario arrastrarse para salir de la habitación, pero al nomás moverse, este espectro se tiró sobre él, cuando Manuel abrió los ojos, vio una figura amorfa grande, que trataba de asfixiarlo, lo sujetaba del cuello con unas manos frías y unos brazos enormes, el rostro del espectro estaba cubierto por una especie de casulla o capucha.
Manuel estaba muriendo en las manos de esta mala entidad, empezó a sentir la agonía que provoca la impotencia de no poder defenderse, su vista se fue volviendo borrosa, pero hizo lo único que podía hacer, mordió una de las manos del oscuro espectro, provocando que éste lo soltara, desapareciendo en el acto.
La vida de Manuel continuó, ya recuperado, como todo buen trabajador honrado, rápido consiguió trabajo, esta vez en la capital, donde por la responsabilidad del puesto que tenía, se veía obligado a terminar su jornada a altas horas de la noche y como siempre, sombras y siluetas lo acompañaban, pero se dio cuenta de algo, la mayoría de estos seres no se metían con él.
No le causaban ningún daño, tal vez de repente tenía algún susto, o bien, alguna confusión, ya que pensando que la persona que tenía a la par o el que pasaba enfrente era un compañero de trabajo, éste al saludar o al querer entablar alguna conversación se quedaba con la palabra en la boca cuando desaparecía la persona que había visto o pasado cerca.
Pero el muchacho sabía que también estaba él, el que le quiso hacer daño, esperaba que nunca volviera a aparecer. Manuel como buen hijo, cada fin de mes bajaba a visitar a su mamá y le llevaba dinero para que se ayudara, e incluso, más de alguna vez le llevaba algo a su papá, el cual lo recibía como si no le hiciera falta, aunque el muchacho sufrió mucho por su padre siempre le ha tenido respeto a pesar de todo, cuestión para mí, muy digna de admirar.
Pero aún en la mente del joven existía el deseo de morir, la mamá sabiendo esto, lo exhortaba a ir a la iglesia, pero el día en que él fue, el pastor dijo: “Desde antes de nacer Dios ya sabe a que vienes”, lo que provocó molestia en Manuel, ya que pensó: “Si Dios sabía que venía a este mundo a sufrir tanto y a tener tanto dolor, mejor no hubiera dejado que naciera” luego de esto se marchó.
Hace 5 años, cuando Manuel extrañamente pasó un buen tiempo sin incidentes y sin ver nada, se creyó curado, o bien, pensó que ya había terminado el efecto de los cheles de perro, hasta una noche, en que entre el sonido de la lluvia en el techo, entre la soledad de su cuarto allá en Sólola, entre ese frío extraño que sabes que no es natural y te cala los huesos, él regresó.
Manuel lo sintió y supo lo que venía, pero esta vez, Manuel estaba entero y no se iba dejar molestar, fue cuando la figura del espectro se notó en una de las paredes de la habitación, cuando el espectro iba a moverse, Manuel ya venía en el aire lanzando un golpe que dió en el rostro del maligno ente que se hundió en la pared, golpe que resonó en toda la casa.
Luego Manuel de pie en la habitación le preguntó al ente que había vuelto al cuarto: “¿Qué queréis de mí?, ¿Qué necesitás?, si yo puedo ayudarte lo haré, de lo contrario, ya no chingués”. El ente, sin responder, se fue de la vida del valiente muchacho sin volver a molestar.
Hace tres años, Manuel conoció a una bella joven, de la cual se enamoró, dejando su baja autoestima y frustraciones de lado, se acercó a la dama que también se enamoró de él, y al parecer, esto le empezó a cambiar la vida, ya que la muchacha le hablaba de Dios y le hacía ver que valía la pena vivir.
Pero no fue hasta que por una imprudencia tuvo una dura lección, casi muere el día que nació su hija, un amigo con el que había salido a celebrar horas antes el acontecimiento, se quedó dormido por la borrachera mientras Manuel le indicaba como estacionar el camión en el que andaban, casi lo aplasta contra una pared.
En ese momento se dio cuenta de lo ingrato que hubiera sido dejar a su niña huérfana desde su nacimiento, le iba a provocar el dolor, el vacío, las tristezas y las carencias que él mismo tuvo en su niñez, ayudó a su amigo y se encaminó al hospital donde esperó a que naciera su hija, cuando la tuvo en sus manos supo que la felicidad de su vida estaba ahí, no sólo por su esposa, el por qué de su vida, estaba ahí, viéndola, en esos ojitos encontró la paz en su corazón y la dicha de la vida.
Manuel a pesar de que ya se acostumbró a su vida la cual es un poco diferente a la de los demás me pidió ayuda, me preguntó si yo sabía como curar lo que provocó hace muchos años con ponerse los cheles de perro en los ojos, en enero cuando vaya a visitarlo a Panajachel llevaré dos posibles remedios.
Al terminar de platicar con Manuel le pregunté si aún quería que escribiera su historia, él me contestó que si, pero con una condición: “Cuenta mi historia y dale un mensaje de mi parte a quien la quiera saber, diles que no cometan mi error, que no rechacen la vida, que se puede salir de cualquier situación luchando, diles que la vida es hermosa, hay que saber distinguir donde están las cosas que verdaderamente valen la pena y que merecen estar en tu vida, éstas te darán felicidad y sobre todo, que no se olviden de Dios y lo importante de que él esté en sus corazones”.
Investigación, historia y narración: Fernando Andrade Mazariegos (todos los derechos reservados Guatemala diciembre 2014)
Foto de la perrita por: Fernando Andrade Mazariegos (todos los derechos reservados Guatemala diciembre 2014).