Viviendo entre muertos

Viviendo entre muertos

Tobar fue un niño muy bien criado con sacrificios por su señora madre. Al ser madre soltera doña Tomasa se vio desde muy joven en apuros, ya que ni siquiera encontró apoyo en sus padres al quedar embarazada y abandonada por el príncipe azul que tenía como novio, que al saber que ella estaba embarazada quiso que ella perdiera el niño, pero de forma admirable ella prefirió pasar penas sola que perder al pequeño.

Viviendo entre muertos es una investigación que realizamos y esperamos los deje pensando.

En el pueblo donde vivía, Tomasa tuvo muchos enamorados, pero todos fueron rechazados por la dama aun siendo madre soltera, el mal sabor de boca que le dejó la experiencia vivida la había hecho madurar de golpe y era más precavida.

Tobar creció en un hogar donde nunca le faltó amor y cuidado, con carencias pero siempre con dignidad, Tomasa lavaba y planchaba ajeno, y hacia mandados, digna profesión como cualquier otra, el niño siempre estuvo bien vestido, bien calzado y bien comido, aunque su señora madre anduviera con hoyos en los zapatos y con desgastes en las blusas, aunque ella comiera una vez al día, él siempre comía 3 y hasta refaccionaba, lamentablemente Tobar era muy rebelde y a veces hasta malagradecido.

Cuando Tobar cumplió 12 años, Felicia su abuela materna murió, dama que ni siquiera les hablaba cuando se cruzaba por el camino con él y su madre. Tomasa lloró mucho cuando se enteró, esa noche humildemente llegó a llorar hincada frente a la tumba de su madre que le negó el techo y el apoyo.

Su señor padre, don Félix, no pudo contenerse, la única que tuvo con su esposa, al día siguiente, después de enterrar a la abuela de Tobar, tanto el niño como su madre volvían a la casa de don Félix, al parecer el abuelo de Tobar no había sido tan duro con Tomasa en comparación de cómo fue doña Felicia, a la que “El qué dirán” le comía el sueño por las noches.

Tobar estaba más que feliz, tenía una casa más grande donde vivir, un cuarto sólo para él y por si fuera poco un abuelo en disposición de alcahuetearlo, lo único extraño de la propiedad de don Félix, era que en el gran patio trasero, de tierra y llano, habían montículos de tierra con cruces, Tobar en un principio no quiso decir nada, pero a la semana de estar viviendo con don Félix durante la cena comento: “Papa Félix, ¿Por qué hay tumbas en el patio de atrás?, don Félix le contestó: “Fíjate mijo que desde que tengo memoria esas tumbas están ahí.

Panteones de muertos

Hay más pero están entre setos y hierbas, lo que pasa es que al parecer, la propiedad que adquirió mi tata ya venía con eso incluido, si caminás por el patio hasta después de los árboles de jocote al fondo, te darás cuenta de que entrás al cementerio del pueblo, ese mismo donde enterramos a tu abuela”.

Tobar no se intimidó ni tuvo miedo, mientras le dieran lo que quisiera pues él estaba contento, pero Tomasa si comentó: “Papa, aún no cierra el patio con alambre verdad”, a lo que don Feliz contestó: “No mija, aún hay gente que viene a ver lo que cree que es la tumba de algún su familiar, entonces que siga así, además, los muertos merecen respeto, porque sólo Dios sabe las penas que tuvieron en vida, como para que las tengan también de finados”

Tobar riéndose dijo: “Yo si les pasaría un tractor y me hago una casa”, tanto el abuelo como la madre del niño sólo siguieron comiendo después de este comentario de mal gusto.

Pasaron unos cuantos meses, Tomasa dejó de trabajar y se encargó de las labores de la casa, don Félix volvió a su trabajo, él tenía la más grande abarrotería del pueblo, que siempre estaba llena de clientes y de amigos, pero como el señor ya estaba grande y no se daba abasto con los dos empleados que tenía, a veces le decía al niño que le ayudara después de clases, este de mal gusto lo hacía, pero lo malo es que desde que estaba el niño, las cuentas no cuadraban del todo bien, pero nadie decía nada.

Tobar aprendió a fumar a los 13 años gracias a unos buenos amigos con los que se juntaban en el parque del pueblo frente al atrio de la iglesia, estos recibieron muy bien a Tobar en su grupo, pero no sólo porque se robaba los cigarros del negocio del abuelo, también a veces les llevaba gaseosas y chucherías.

Cuando Tobar cumplió 14 años, el abuelo comenzó a decaer mucho de una enfermedad que le venía molestado desde mucho tiempo atrás, y como al estar éste ausente en la abarrotería, el muchacho hacía de las suyas, tanto que los dos empleados que habían en la tienda renunciaron, quedando el chico a sus anchas, daba fiado a patojas bonitas, fumaba dentro del negocio, no trataba bien a los clientes y por si fuera poco, las alhajas de sus amigos siempre estaban ahí, los cuales consumían sin pagar ni un sólo centavo, pero eso si, Tobar era el mejor amigo que tenían decían siempre.

Tomasa siempre se tragaba las excusas de su patojo, éste siempre decía que la gente no pagaba lo que debía, la venta había ido mal, sus proveedores no eran lo mejor para el negocio, en fin, siempre había algo que decir cuando su madre le pedía cuentas para las medicinas del abuelo, don Félix postrado casi sin poder hablar era testigo de cómo se iba deteriorando el patrimonio que un día recibió de su padre.

Cuando Tobar cumplió 15 años, decidió hacerse un cuarto más grande, gastó lo poco que tenía la familia y compró materiales de construcción, no le importó en ningún momento hacerse una gran galera sólo para él en el patio de atrás, para eso contrató un tractor que revolvió montículos, huesos y trapos viejos para hacer su casa, así como dijo cuando era más pequeño, esto terminó devastando al pobre don Félix al que le quedaban algunos días de vida nada más.

Una noche, después de que llevaron los últimos materiales para terminar la casa del patojo (Por el tamaño ya no era solo un cuarto), al estar todo callado, se escucharon ruidos extraños en el patio, en un principio parecían gatos peleando, luego, era como que niños lloraban, luego quedó todo en silencio, Tobar no era miedoso, pero por ratos como que si sentía algo extraño.

A eso de la media noche cuando todos dormían de nuevo, se comenzaron a escuchar lamentos, lamentos de mujer, muy pero muy cerca de la puerta de la casa que daba al patio, al escuchar eso Tomasa que dormía velando la escasa respiración de su padre, se santiguó y le dijo a su hijo que dormía en su cuarto: “Mijo venite para acá, esa es la mismísima Llorona, venite mijo, no te vaya a ganar”.

La manifestación de los muertos

Tobar llegó temblando al cuarto del abuelo y se metió en la cama con su madre, ella dijo entonces: “Lo bueno es que se escucha cerca, significa entonces que está lejos”, el muchacho ingrato dijo entonces: “Si entra le voy a decir que se lleve al viejo este, o a vos que ya estás vieja también”; entonces con el último aliento don Félix dijo: “No es La Llorona patojo, son las mujeres que sacaste con el tractor, Dios te perdone”, ahí expiro don Félix, que si bien en algún momento falló con su hija, se retractó al quererla ayudar, aunque sea en sus últimos días, trató de apoyar a Tomasa.

Don Félix fue velado y enterrado en una caja de pino rústica, mucha gente llegó al velorio, como sabían que el negocio no iba muy bien, mucha gente aportó dinero para ayudar con los gastos, hasta los más humildes soltaron unas monedas, al terminar el sepelio del abuelo, el nieto arrebató de la mano de doña Tomasa cada centavo, pero porque el negocio lo necesitaba.

Viviendo entre muertos

A los 18 años de Tobar, ya no quedaba nada de lo que fue un día la mejor abarrotería y distribuidora de granos del lugar, nadie quería hacer negocios con él, tenía deudas de juego a su corta edad, deudas que sufragaba vendiendo uno que otro terrenito que le había dejado don Félix a Tomasa, pero como a veces no tenían para comer, Tomasa volvió a trabajar como lo hacía antes, pero no era la misma de antes, los años y las penas habían pasado su factura a la buena mujer, haciendo que envejeciera mucho en pocos años.

Pero Tobar nunca dejó de vestirse bien, siempre calzaba bonito, nunca supo qué era andar descalzo, y como los amigos se largaron cuando no tenía nada, un día fue invitado a formar parte de un grupo de jóvenes de la iglesia del pueblo, esto le dio nuevos brillos por una temporada a su señora madre, que se esmeraba en trabajar duro para que su patojo siempre fuera guapo a la iglesia, al grupo de jóvenes y a cuanta babosada hiciera.

Para entonces el muchacho ya tomaba licor, a pesar de estar con buenas juntas que le aconsejaban de lo mejor porque lo apreciaban, de los 7 días de la semana Tobar bebía de lunes a jueves, Tomasa se esmeraba y lo regañaba para que estuviera sobrio para las reuniones de los sábados y para la misa del domingo, aunque siempre después de la última campanada que avisa el final de la misa éste terminaba en alguna cantina gastándose el dinero que su madre le daba para la ofrenda.

Hasta que en una ocasión, Tomasa iba feliz a trabajar en una casa grande, donde le pagarían bonito por limpiar los balcones y vidrios de las ventanas, lamentablemente, resbaló de una silla plástica y cayó de espaldas sobre una maseta, lo que le provocó luego de muchos meses de dolor, que quedara postrada en una silla de ruedas que le compraron los dueños de la casa grande donde hizo el trabajo.

Tobar se vio en apuros, pero no porque su madre estuviera mal, el poco dinero que le daban también mensualmente los dueños de la casa grande donde Tomasa había tenido el accidente, no le alcanzaba para sus borracheras y salidas, así que terminó vendiendo el inmueble donde alguna vez tuvieron su negocio, esto le llenó los bolsillos por un tiempo, pero como nunca hacía nada bueno, pronto se quedó sin nada.

Una muchacha que se llamaba Alicia, estaba enamorada de Tobar (Sólo Dios sabrá por qué), pero Tobar no se fijaba en ella, él quería algo mejor, sin embargo esta muchacha se encargaba de cuidar a Tomasa, ella hacía este servicio porque Tomasa había lavado ajeno en el río junto a su finada madre, se podría decir que la mamá de Alicia, mujer que al morir tendría cerca de 62 años había enseñado el oficio a Tomasa, al morir esta, Tomasa sintió que estaba enterrando a su segunda madre.

Alicia estaba siempre pendiente de Tomasa, porque sabía que Tobar no era buen hijo, y aun así lo amaba, pero él sólo le daba carreta para que cuidara a su madre mientras hacía de las suyas. Cómo sufría Tomasa cuando Alicia no estaba, si tenía hambre no tenía quién le diera de comer, si tenía sed no había una mano bendita que le diera agua, al darse cuenta de esto Alicia, siempre que tenía que hacer y no la podía cuidar, le dejaba todo a la mano a la señora y cuando no podía hacerlo, le decía a Tobar que cuidara por lo menos de que a Tomasa no le faltara lo indispensable en su ausencia.

Pero a Tobar le importaba poco, como para poder entrar en su casa Tobar tenía que entrar por el lado que era de su abuelo, se encontraba con su madre por las noches, ella al verlo le decía: “Mijo, ya viniste, bendito Dios”, el muchacho a penas si saludaba, y cuando la pobre mujer le decía: “Mijo, tráeme un vaso con agua, mijo tengo hambre, mijo ven quiero platicar con vos”, este sólo se quejaba e incluso a veces contestaba de mal modo.

Un día en que Alicia llegó a ver cómo había amanecido Tomasa, la encontró llorando en su cama, el ingrato de su hijo había vendido la silla de ruedas para echarse unos tragos, esto hizo que el corazón de Alicia se rompiera y decidiera alejarse sentimentalmente de Tobar, total, nunca le hizo caso, pero eso sí, fue llegando el muchacho con sus tragos y Alicia lo confrontó, diciéndole que se llevaría a Tomasa para su casa, el muchacho le dijo que un estorbo le estaba quitando, ésta fue la última vez que ellos cruzaron palabras.

Lo triste es que Tomasa aun estando bien en casa de Alicia no dejaba de pensar en su hijo, era indescriptible el sentimiento que tenían las personas cuando veían a la invalida mujer, arrastrarse de noche, hasta la puerta de la que era su casa, velando a que el hijo llegara y la saludara, en más de una ocasión la señora le velaba el sueño a Alicia para salirse arrastrando.

Cuando Tobar se aparecía por la esquina, éste la veía de lejos, así que se apresuraba a pasar, mientras la buena madre le decía: “Mijo, ya viniste, bendito Dios, ayúdame, levántame, platiquemos un poco”, pero Tobar sólo decía: “Que chinga usted, quítese que quiero dormir”, así de mierda era el tipo.

Pero como no hay mal que dure cien años, ni quién los aguante, Tomasa amaneció un domingo de pascua muerta en la cama de Alicia, la muchacha la lloró como a su madre, de su bolsa salieron los centavos para una cajita de muerto y para unas velas entre las oraciones, inesperadamente al cementerio llegó Tobar bueno y sano, a llorar sus penas, a llorar a su madre, a la que le dio todo, pero a la que nunca le dio nada, ni siquiera un buenos días de buena manera, cuando quiso hablar con Alicia, ésta ni lo volteó a ver, cuando le insistió, más de 10 hombres del pueblo lo amenazaron de muerte.

Así terminó sus días de vida Tomasa, el hijo que siempre esperaba después de arrastrarse para poderlo ver en la puerta de su casa, lloraba como niño, ahora que ella no estaba, luego del entierro, como cosa rara Tobar se fue a beber, pero como no tenía mucho dinero y nadie le hablaba, sólo se echó un par de tragos, al cerrar la cantina, por primera vez veía el camino no tan atolondrado como siempre.

La noche era oscura y fría, raro en esas fechas, Tobar caminaba en medio de la calle para llegar a su casa, había un extraño eco, podía escuchar sus pasos al pasar cerca de callejones de tierra y piedras, pero no se escuchaba nada más, ni un grillo, ni un aleteo de aves nocturnas, nada, no había viento, sólo un frío que helaba la sangre.

De pronto una bruma un tanto espesa, comenzaba a alcanzarlo desde el camino que ya había recorrido, entre los escasos focos del poco alumbrado público, las sombras contrastaban con la bruma de una forma muy rara, entonces, un suspiro profundo a lo lejos se escuchó, un sollozo lamento comenzó a salir desde la oscuridad, un extraño y temible sentimiento se escuchaba en lo que parecía ser la voz de una mujer, que comenzaba de esta manera: “Uuuuuuu uuuuuuu uuuuuuu”, seguido de un: “Aayyyyy ayyyyyyy aaaayyyyyy”, “uuuuuu uuuuuu uuuuuu”.

Pronto al muchacho le vino a la mente el recuerdo de la noche en que creyó escuchar a “La Llorona”, pero esta vez estaba claro, algo lo andaba siguiendo y no era nada bueno, sintió pesado su cuerpo, se quedaba sin aire, arrastraba un pie tras otro pero casi ni avanzaba, y siempre atrás de él venía alguien gimiendo: “Uuuuuuu uuuuuu ayyyyy aaaayyyyyyyy ayyyyyyyy aaaayyyyy”, el muchacho la escuchaba cerca, entonces sabía que estaba lejos, tenía esperanzas de salvar la noche y no tener ese encuentro con ese mal.

Al doblar la última esquina para llegar a su casa, Tobar por fin pudo ver la entrada a la misma, pero todo está cubierto por una bruma espesa y pestilente, bruma igual a la que lo seguía, el muchacho pudo caminar un poco más rápido, pero al estar a apenas 5 metros de la entrada, algo se arrastró en el piso y se dejó ver, y no era La Llorona.

“Mijo, ya viniste, mijo, Aayyyy aaayyyyy mijo, que bueno, uyyy uuuyyyyy” ahí frente a él, el cadáver de su madre lo esperaba, movimientos de manos torpes en un rigor mortis natural en un cuerpo frío sin vida le daban la bienvenida a su casa, pero antes de ser tocado pegó un salto y corrió al otro lado de la calle, queriendo buscar la puerta de la casa de Alicia, pero con movimientos que hacían tronar las carnes y huesos muertos de Tomasa fueron más rápidos y se puso frente a él arrastrándose.

Tobar comenzó a pegar de gritos, a llorar y a pedir ayuda, las luces de las ventanas de las casas vecinas comenzaron a encenderse, pero los pocos que se animaron a ver hacia fuera, apagaron las mismas, y después sólo se escuchaba el murmullo de los Padres Nuestros y Las Aves Marías pidiendo que eso no se acercara a sus casas.

Tobar ya con la sangre descompuesta corrió para meterse a su casa por el lado que había construido, dejando ahí frente a la casa de Alicia el mal que lo perseguía, pero era inútil, para donde fuera le salía la niebla al paso y escuchaba el arrastrar que le perseguía de cerca acompañado del: “Aayyyy ayyyyy, mijo, uyyyy uuuuuuyyyy”. Alicia había visto todo por la ventana junto a un hermanito pequeño que tenía, de nombre Benjamín, pero no quiso abrir la puerta por el miedo que le daba pensar que Tomasa se metería también por perseguir a su hijo.

Al fin de dar vueltas Tobar pudo llegar a su casa cruzando el cementerio, pero en el trayecto extrañamente el monte se enredaba en sus pies, parecía que eran las manos de los muertos que lo hacían caer para facilitarle el alcance a lo que le seguía.

Al entrar, cerró bien la puerta, no quiso encender la luz pero al encaminarse a su cama, algo duro le topó las rodillas, encendió un fósforo de los que siempre llevaba en la bolsa de la camisa, y ahí, sentada, inerte y petrificado estaba el cadáver de Tomasa de espaldas a él, de pronto de nuevo se escuchó: “Mijo, levántame, uyyyyy que bueno que viniste, ayyyyyyyy mijo, hoy te vas conmigo”

Tobar buscaba la puerta con las manos, pero no la encontraba, a su izquierda tras los vidrios de la ventana Alicia junto a su hermanito y otros vecinos que salieron más por petición de Alicia que por ayudar al muchacho le indicaban dónde estaba la puerta, pero Tobar, ya estaba loco, Benjamín quebró el vidrio de la ventana pensando que así los escucharía.

Más de 5 personas horrorizadas vieron como el cuerpo tieso de Tomasa, se arrastraba hacia donde estaba Tobar que había caído y medio deliraba ya, pero cuando el cadáver estaba a punto de tocar el rostro de Tobar, Alicia le dijo: “No madre, no se condene, descanse ya, su hijo está ahí, descanse ya”.

Tomasa volteó en las sombras a ver a los que estaban ahí, y de nuevo el cadáver quedó sin movimiento, golpeando la cabeza con el suelo, la peste a muerto inundó el lugar, sin embargo nadie quiso entrar a sacar a Tobar aunque ya no se veía el cuerpo de la madre del muchacho, esperaron al siguiente día, cuando lograron entrar ya bien puesto el sol, Tobar deliraba, nunca mejoró, se volvió loco.

Al terminar Benjamín de contarme esta historia, me comenta que tanto él como su hermana están bien, al revisar en el cementerio donde estaba la tumba de Tomasa, el cuerpo estaba a medio enterrar, así que le dieron de nuevo cristiana sepultura, luego de esto algunas familias decidieron cambiarse de pueblo, Tobar aún anda rondando como loco las calles de algunos pueblos vecinos al suyo, comiendo entre la basura ya sin razón.

Investigación, historia y narración: Fernando Andrade Mazariegos (Todos los derechos reservados Guatemala diciembre 2015)

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