El cadejo

El Cadejo y el Muerto

El viaje de Ana

Ana, sin pensar que ese día tendría una experiencia con El Cadejo, manejaba con rumbo al Cementerio General de Cuilapa Santa Rosa, su viaje como el de muchos guatemaltecos tenía como objetivo poner flores en la tumba de un familiar, siendo el primero de noviembre era de esperarse que hubiera un poco de tráfico, junto con ella iba su prima María y la madre de María que se llamaba Irene, al llegar al cementerio luego de parquear el vehículo se dirigieron con rumbo a la tumba donde reposaban los restos del padre de María.

Justo en el momento de entrar se dio una situación un tanto simple, un borrachito se les puso en frente viéndolas fijamente, ellas por evitar problemas luego de verlo no le pusieron atención y empezaron a caminar entre los demás visitantes, cada paso para las damas era un recuerdo particular del finado, un nudo en la garganta y un dolor en el pecho acompañaban a cada una de ellas, de pronto nuevamente el borrachito se les cruzo y de nuevo fue ignorado por las dolientes, nichos de colores y otros encalados como en muchas necrópolis del mundo a veces aturdían y desorientaban a las féminas que ya de por si luchaban por avanzar entre un mundo de personas.

Senderos de tierra eran iluminados por ese precioso sol de noviembre, el ruido de flecos y coronas movidos por el viento aturdían aún más junto al bullicio y murmullo de oraciones, “Vamos por aquí” indico Irene guiando a su hija y a su sobrina, cuando de nuevo el borrachito aparece entre tumbas, ellas otra vez lo ven, lo ignoran y pasan por otro lado evitando a este, las mujeres sorteaban a dolientes y cruces como obstáculos para poder llegar al nicho familiar, lo que era extraño pero ellas por su pena no lo veían en ese momento así, era que el borrachito se les apareció como diez veces antes de llegar a su destino dentro del cementerio, cuando llegaron al nicho que se dirigían fue difícil no sentir dolor; sollozos, lágrimas y rezos, luego caminaron de regreso no sin antes toparse con el molesto caballero que parecía andar perdido en aquella ciudad de muertos.

Regresaron a la capital de inmediato, querían evitar el tráfico y descansar un poco, Ana y María pasaron dejando a Irene en su casa de la zona 1 de esta capital para después dirigirse a un apartamento que rentaban las dos en la zona 5, como de costumbre María le hizo favor de abrir el portón a Ana para que ella pudiera entrar el carro, luego entraron en el apartamento, arreglaron sus cosas, comieron y luego al anochecer se dispusieron a dormir, pero, la tristeza aún quería estar con ellas y les mandaba recuerdos cuando las muchachas ya estaban cómodas en su respectiva habitación.

Pasaban las horas y las muchachas no conciliaban sueño, muy cerca de las 11 de la noche escucharon pasos afuera del apartamento, alguien caminaba haciendo sonar los tacones de sus botas, entonces María dijo: “Vos Ana, como que ahí viene tu novio”, El novio de Ana era de Jutiapa y siempre acostumbrada andar con ese tipo de calzado, Ana agudizo el oído y le dijo a María: “Pues parece que sí, lo raro es que supuestamente anda en el velorio de su amigo en Jutiapa, al que le mataron el día anterior”.

Las dos señoritas se pararon y sin encender la luz trataban de ver quien andaba afuera caminando a través de la cortina de la ventana que daba a la calle pero, no se miraba nada, la calle estaba solitaria.

Cuando las muchachas estaban más atentas porque los pasos se seguían escuchando afuera sobrevino un estallido, muy parecido a cuando se estalla un globo grande, entonces las dos patojas voltearon a ver hacia la mesa que estaba en medio de la pieza pensando que el estallido había sido producto de reventarse un globo que el novio de Ana le había regalado algunos días atrás, pero no, el globo estaba ahí, moviéndose extrañamente y no había corriente de aire que provocara ese movimiento, al ver esta situación completamente extraña porque las dos escucharon el fuerte estallido María dijo rápidamente: “Vos, yo creo que mataron a tu novio, por eso escuchamos eso y también por eso el globo se está moviendo”, Ana aturdida y confusa expreso: “Hay no, no digas eso vos”, de pronto se escucharon murmullos extraños dentro de la casa mientras las muchachas seguían en completa oscuridad.

María busco rápido y prendió la luz, los murmullos habían cesado, pero había algo extraño, el ambiente estaba pesado, luego escucharon algo muy parecido al sonido provocado por el viento cuando mueve las coronas de los muertos en el cementerio, Ana dijo entonces: “Yo no sé qué está pasando pero ni loca duermo hoy aquí”, dicho esto salió corriendo a su cuarto para cambiarse y salir hacia Monte María, donde su mamá vivía en aquel entonces, María salió corriendo y diciendo: “Yo por babosa me quedo sola” y fue a prepararse también.

En menos de 3 minutos María estaba abriendo el portón para que Ana sacara el carro, cuando esta estuvo ya afuera maniobro hábilmente y se parqueo, dejando la puerta del copiloto en dirección al parqueo donde María ya estaba cerrando con llave.

La noche era oscura y fría, y aunque se escuchaba el viento no había ningún otro movimiento en la calle, era un silencio extraño, ni siquiera se escuchaban los acostumbrados grillos que arrullaban las noches por el lugar, en menos de un segundo Ana se percató de esto, de pronto Ana como por instinto voltea a ver lentamente hacia su izquierda, hacia el otro lado de la calle, y ve algo que le causa terror, lo mismo que ve en ese momento María mientras corre para meterse al carro, ahí, del otro lado, recostado en la pared, a 5 metros de ellas estaba una figura horrible, torcido, con ropa sucia y descocida, con la boca abierta, con ojos hundidos y sin vida estaba el borrachito que impertinentemente se les había aparecido en el cementerio de Cuilapa ese mismo día.

 

Mujer manejando

Al entrar en el carro María le pregunta a su prima: “Ana, ¿Estás viendo lo mismo que yo?”, a lo que Ana dijo que “si” mientras ponía en movimiento el vehículo.

Las dos muchachas no sabían que pensar, no entendían que estaba pasando, Ana manejaba un tanto desorientada mientras encontraba una ruta para ir a casa de su madre; oscuridad, silencio, soledad era lo único que las acompañaba, la noche estaba muy rara, a veces las muchachas experimentaban una especie de letargo y parecía que el carro no avanzaba, entonces llegaron al semáforo que les daba vía hacia la célebre “Avenida de los Árboles” en la zona 1, entonces Ana pensó en recorrerla hasta llegar a zona 6 y buscar la calle Martí para luego buscar el periférico, estaba hablando con María para trazar la ruta cuando ya estando en esta avenida tuvieron que parar por el alto de un semáforo, entonces Ana ve que debajo del farol de una casa, está un bulto extraño, es un hombre con una postura incomprensible.

Este espectro estaba parado de una forma muy extraña, estaba recostado en la pared, agachado con la cabeza entre las piernas, y sus brazos extendidos hacia atrás, provocando que sus manos cadavéricas estuvieran extendidas con dirección al cielo mostrando unos dedos largos, huesudos y torcidos, estaba sin moverse, rígido, estático, Ana entonces pregunto a María: “¿Estás viendo lo mismo que yo?”, a lo que María muy asustada dijo: “Si prima, no comprendo que está pasando”.

Se escuchaba el viento pero no se movía ni siquiera una solo hoja de los árboles, el tiempo pasaba y como el semáforo no cambiaba Ana tomo la decisión de seguir, pareciera que sus reacciones eran tardías pero realmente las muchachas tenían mucho miedo, al ponerse en movimiento de nuevo el hombre sin perder la postura levanto la cabeza para verlas esto desmorono los ya destrozados nervios de las patojas, entonces, sin despegarse de la pared comenzó a caminar de lado, el rigor mortis era evidente en sus extremidades pero por horrible e increíble que pareciera poco a poco ganaba velocidad mientras las perseguía sin separase de la pared.

Las muchachas seguían siendo perseguidas, el muerto venia unos 20 metros detrás de ellas, ya saliendo a la calle Martí paso una unidad de bomberos que iba de emergencia de norte a sur, por lo mismo las muchachas no tuvieron oportunidad de pedirle ayuda.

Ya en busca del periférico parecía que el muerto se había quedado atrás, pero no era así, ya pasando la entrada de la avenida Simeón Cañas María voltea a ver y ahí venia el tieso, a lo lejos, pero iba corriendo con decisión detrás de las patojas, Ana por más que analizaba no podía creer lo que estaban viviendo, no sabía si era una pesadilla o realmente estaba sucediendo lo que estaban experimentando.

De nuevo, la extraña soledad del camino las tenía sin consuelo, una neblina comenzó hacerse presente, neblina que poco a poco iba subiendo desde el asfalto húmedo por las lluvias de esa tarde, Ana por distraer su atención recordó que cerca de allí una amiga suya había puesto un consultorio, y tal vez fue por despejar su atención que una luz vino a su ya nublada mente, Ana suspiro y le dijo a su prima: “María, ora, por favor, pedile a Dios junto conmigo que nos ayude, porque no me estoy dando cuenta de la velocidad a la que realmente vamos, y no sea que por ese mal nos matemos”.

María entonces pego un grito, el espanto que las estaba atormentando estaba a apenas dos metros atrás de ellas, boca abierta, movimientos desarticulados en su cabeza, ojos muy hundidos y secos, este ser profería lamentos y gritos retadores, indescifrables y fueron más horribles cuando las muchachas comenzaron a clamar a Dios, A Jesucristo, pedían protección y ayuda.

Fue entonces que la figura desapareció, ya entrando al puente del Incienso la neblina era muy tupida, de pronto algo comenzó a golpear el carro, lo golpeaba en el techo, en las puertas, atrás y a los costados, pero por la oscuridad y la neblina no se podía ver muy bien, hasta que los golpes fueron en el vidrio frontal.

Eran ratas, ratas grandes que se lanzaban al vidrio frontal, estos animales prácticamente aparecían de todos lados, era como que no les importaba morir con tal de causarles daño, algunas quedaban prendidas y mordían los parabrisas, los animales sangraban por los golpes, pero hacían de todo por quedarse prendidas en el vehículo.

Aún con miedo las muchachas seguían orando, el miedo lo sentían en el tuétano pero no iban a detenerse por nada, al llegar cerca de la bajada que da a la calzada San Juan los animales desaparecieron; la noche aún seguía extraña, María volteo a ver y comenzó a llorar al notar de que el espanto venia de nuevo muy cerca de ellas, este aparecía y desaparecía, a veces del lado de Ana quien conducía, como queriendo provocar que se accidentara, a veces parpadeaban y el ya no estaba y al volver a parpadear aparecía en otro lado, era como estar en otra dimensión, de pronto iban muy rápido y de pronto estaban en letargo, era incomprensible.

No había ni un alma, ni una luz prendida, ningún lugar abierto, de pronto a lo lejos una figura venia caminando en medio de las dos vías, ellas seguían clamando, donde ahora se encuentra un desvió para poder entrar a un centro comercial muy conocido después de una gasolinera, encontraron un poco de consuelo, este hombre no era el que las perseguía, era otra aparición, venia caminando por el arriate central, era alto, en su mano derecha tenía un bastón muy largo, llevaba como vestimenta una túnica oscura y la casulla de la misma le cubría la cabeza, al pasar por un lado de este las muchachas no se detuvieron, pero justo al pasar este tomo en sus dos manos el bastón y el espectro que la perseguía desapareció.

La noche seguía oscura y fría, y el terror continuaba latente, no comprendieron que había sido esto, tal vez era un enviado del cielo para ayudarlas, talvez era un infortunado que iba de paso, mientras las muchachas pensaban en esto de nuevo se escucharon los lamentos del muerto, ahora era una neblina oscura la que les perseguía, humo negro que se dividía y daba alcance a los lados del carro, las patojas notaban rostros en la parte de en frente de cada neblina que cada vez eran más y las rodeaban.

Ana exclamo enérgicamente: “Dios, por favor, ayuda, necesitamos ayuda, no nos dejes, ayúdanos por favor”, entonces ya llegando a donde esta pro ciegos las figuras se les habían adelantado, Ana perdió el control del carro, parecía que este había cobrado voluntad propia, los espectros se habían vuelto enormes, como de dos metros de alto, levitaban frente a ellas, se reían, mostraban rostros cadavéricos con mandíbulas torcidas, pelo shuco, parecían como animales carroñeros antes de lanzarse al festín.

Murmullos, risas de ancianas y lamentos de niños hacían agonizar sus oídos, todo era uno, todos los tormentos juntos, y ahí, en medio de todos él gritaba fuertemente, en el centro de ese desfase tiempo espacio estaba aquel causante del mal de esa noche, aquel muerto que noto que las mujeres lo podían ver aquella mañana en el cementerio, aquel que de seguro en su vida hizo algo tan malo, pero tan malo que después de muerto se ganó un lugar para seguir chingando.

Ana y María pensaban que se iban a morir, pero aun así exclamaban y repetían con voz suave: “Dios, ayuda, Dios ayuda, Dios ayúdanos”, entonces un grito extraño corto las voces de los demonios, un sonido chillante, fuerte, penetrante, seguido de su sonido característico, el carro freno solo y se apagó, una pequeña silueta apareció de izquierda a derecha, que con movimientos juguetones se puso en frente del carro viendo hacia donde estaban los espantos, las dos mujeres temblaban más que araña de corpus dijeran los viejos, pero de todos modos se asomaron a ver qué era lo que se había interpuesto entre ellas y lo que les quería provocar la muerte.

El perrito y su transformación en el cadejo

No dejaban de llorar y temblar cuando vieron a un perrito negro, muy negro, cuando este las volteo a ver por una fracción de segundo parecía que de su hocico caía sangre, pero era sangre que hervía y brillaba como carbón incandescente, los lamentos y gritos volvieron a hacerse presentes y en una fracción de segundo el chillido del Cadejo corto las voces y se les lanzo encima, pero lo que era un pequeño cachorro se había convertido en algo muy grande, con un hocico largo, con dientes enormes que habían aprisionado el cuello del cadáver del borracho que había tomado facciones más humanas, facciones que lloraban y daban muestra de terror cuando el Cadejo roía su cuello y lo sacudía arrastrándolo por el pavimento, con sus patas delanteras que parecían cascos le golpeaba el cuerpo al punto de desmembrarle las piernas.

 

El cadejo

Los demonios que andaban con este ser gritaban y querían escapar, pero parecían estar pegados a aquel muerto, el gran perro negro que casi cubría toda la calle se echó mientras seguía masticando el cuerpo, las muchachas estaban bañadas en un sudor frío, pero ya respiraban tranquilas, de pronto escucharon el motor del carro, y no sabían si este no se había apagado completamente o bien se había encendido solo.

Ana tomo el volante y el carro respondió muy bien, tuvo que hacerse muy a la izquierda para pasar, el animal era muy grande tanto que con gracia y habilidad se movió para darles más espacio, las muchachas no hablaban, solo se miraban de vez en cuando como cerciorándose de que la otra estuviera ahí.

Llegando a la calzada Aguilar Batres de nuevo les entro el miedo pero antes de maniobrar para dirigirse a Monte María donde vivía la mamá de Ana ahí estaba de nuevo El Cadejo, echado, con su presa destrozada en el piso, como diciendo: “Pasen tranquilas, aquí tengo a este “hijueputa bien jodido”, el que parecía un cadáver tieso que las atormento era de nuevo aquel borracho que las perseguía en el cementerio, con mirada de terror y retorciéndose bajo la pata de este ser, esta vez Ana tuvo que subirse al arriate para no molestar al gran animal espiritual que había venido en su auxilio.

Al llegar a la casa de la madre de Ana las muchachas no estaban bien, no parecían cuerdas, cuando la madre de Ana comprendió lo que estaba pasando, las chicoteo para ayudarlas a entrar en razón, según ella esa era la forma de ayudarles, luego las curo de espanto, al día siguiente las muchachas amanecieron muy débiles pero bien, no hubo problemas los días posteriores, y como en su familia sabían que eran buenas patojas, trabajadoras, estudiosas y bien portadas les creyeron, no las dejaron solas, mientras estuvieron en ese apartamento siempre hubo un familiar que las acompañara, y a pesar de la distancia las oraciones de su familia siempre estuvieron con ellas.

El novio de Ana estaba bien no le paso nada malo, ahora es su esposo, agradezco mucho a su hijo José González el haber contactado conmigo y darme el privilegio de que su mamá me contara de primera mano lo que vivieron junto a su prima esa noche.

Yo entro en controversia con algunos “expertos” en el tema de El Cadejo o los Cadejos, pero sea cual sea el verdadero origen de esa entidad, solo puedo decir que cuando Dios manda algo, toda existencia debe de obedecerle caso.

Investigación, historia y narración: Fernando Andrade Mazariegos

Todos los derechos reservados Guatemala septiembre 2019

Imágenes tomadas de internet con fines ilustrativos

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